Marzo 6, 2025
Clavel Rangel & Katie Scarlett Brandt
“Parece una jungla”, le dice una alumna de tercer grado con el pelo largo y negro a su maestra durante una excursión escolar al Acuario Shedd, en Chicago. “Pero alla en la selva hay rocas más grandes y mucha gente muerta. Yo lo vi”.
De las decenas de niños que participan en esta excursión, la mayoría son venezolanos y han atravesado un peligroso tramo de selva —el Tapón del Darién— entre Colombia y Panamá para llegar hasta aquí. Los arroyos artificiales, las rocas y la humedad del Shedd les recuerdan a los niños su viaje. “¿Usted también cruzó el Darién, maestra?”, pregunta la niña.
Muchas de estas conversaciones ocurren con la ayuda de aplicaciones como Google Translate, que los profesores descargaron en sus teléfonos para comunicarse. Ninguno de los niños habla inglés y fueron ubicados en una escuela en el West Side de la ciudad donde ninguno de los profesores habla español.
Los estudiantes de una escuela pública de Chicago en el lado oeste de la ciudad hacen una excursión al Acuario Shedd. Las rocas, el agua y la humedad del Shedd les recordaron a muchos su viaje por la jungla. Crédito: Katie Scarlett Brandt
La mayoría de estos estudiantes llegaron en octubre de 2023, lo que abrumó al personal de la oficina principal, que hizo todo lo posible para satisfacer la demanda. Un empleado de oficina y un guardia de seguridad, dos de los únicos hispanohablantes, respondieron frenéticamente las preguntas de las familias, clasificaron los documentos que los padres habían traído en bolsas de plástico selladas y ayudaron a ubicar a los niños en los grados correctos.
En dos semanas, la matrícula de la escuela aumentó en un 50%, con más de 100 nuevos estudiantes. Cuando el personal y los padres expresaron su preocupación por la afluencia durante las reuniones del consejo escolar local, el director destacó la obligación legal de la escuela de aceptar a todos los niños en virtud de la Ley de Asistencia a las Personas sin Hogar McKinney-Vento. La ley garantiza la inscripción escolar, el transporte y el apoyo académico, independientemente de si los estudiantes tienen registros oficiales. Históricamente, todos los años, el Departamento de Educación de EE. UU. ha asignado fondos a las escuelas para el Programa de Educación para Niños y Jóvenes sin Hogar: 129 millones de dólares en 2023 y nuevamente en 2024.
Los estudiantes salen de la escuela primaria Carl Von Linné, donde se han inscrito más de 100 estudiantes recién llegados desde 2022. Crédito: Joel Angel Juárez
Al igual que muchas de las 634 escuelas de las escuelas públicas de Chicago, esta escuela del West Side estaba bajo una enorme presión. Los líderes escolares sabían que tenían que encontrar formas de estar a la altura de las necesidades de los niños, tanto académicas como emocionales. Los niños desplazados tienen un alto riesgo de sufrir ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático y otros problemas de salud mental. El Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos estima que la tasa de depresión y trastorno de estrés postraumático entre las personas desplazadas es del 30% .
Los investigadores han estado estudiando cómo los conflictos actuales a nivel mundial (como en Venezuela, Ucrania, Medio Oriente y Sudán) afectan la salud mental de los niños desplazados por la fuerza mientras intentan integrarse en nuevas comunidades.
Una revisión de estudios, publicada en noviembre de 2024 en la revista PLOS: Mental Health , analizó las formas en que el desplazamiento forzado afecta la atención médica y la seguridad sanitaria mundial. Los jóvenes desplazados son especialmente singulares, escriben los autores, “porque son la parte más vibrante, enérgica y dinámica de la población y forman la base para una nueva generación”.
Students line up for the annual Halloween parade at Carl Von Linné Elementary School in Chicago. Credit: Joel Angel Juárez
La Dra. Sharon Hoover es profesora de psiquiatría infantil y adolescente en la Facultad de Medicina de la Universidad de Maryland. También es codirectora del Centro Nacional de Salud Mental Escolar (National Center for School Mental Health, en inglés). Destaca que cuando las escuelas invierten en programas de salud mental para sus estudiantes recién llegados (y para todos los estudiantes), estos se preparan mejor para la universidad y el mercado laboral.
La seguridad en los campus también mejora. “Cuando se ofrecen más servicios de apoyo a la salud mental en las escuelas, en realidad se aumenta la seguridad del campus porque ayuda a identificar los desafíos de manera temprana y, sin duda, ayuda a identificar cualquier amenaza antes”, afirma Hoover. “Mejora el clima escolar en general, lo que genera más sentido de pertenencia, más conexión. Y eso es especialmente cierto para los estudiantes que vienen de una nueva comunidad, de un nuevo país”.
Hoover habla desde sus 25 años de experiencia en el Centro Nacional de Salud Mental Escolar. “Estos no son problemas nuevos”, dice. “Hay muchas investigaciones que indican que los estudiantes tendrán más éxito en la escuela, en el trabajo y en la vida si cuentan con apoyo educativo y de salud mental accesible”.
Para los migrantes desplazados por la fuerza, la integración es algo más que adaptarse a una cultura. Se trata de integrar sus traumas (lo que dejaron atrás y por qué, la experiencia de irse y las persecuciones que enfrentaron nuevamente) en su propia vida. Pensemos en las migraciones de generaciones pasadas a los Estados Unidos desde Europa y Asia. ¿Qué se escondía detrás de su silencio mientras se adaptaban a sus nuevas vidas como trabajadores y amas de casa? ¿Qué sucedería si una sociedad apoyara plenamente a los migrantes mientras se adaptaban a una nueva vida? ¿Puede alguien integrarse con éxito en una nueva sociedad si no ha integrado su trauma en su propia existencia?
En las semanas posteriores a la inscripción de las familias el otoño pasado, el director inició un grupo de apoyo semanal para ayudar a los nuevos estudiantes a conectarse a la escuela. Esto era importante, consideró el director, porque los niños migrantes enfrentan desafíos que aumentan en gran medida su riesgo de sufrir problemas de salud mental. Estos problemas incluyen:
Durante la primera reunión, pidió a los estudiantes, a través de un traductor visitante de la oficina del distrito, que compartieran lo que habían experimentado en sus viajes. Al principio, en voz baja, un par de chicos mayores levantaron la mano; hablaron de lo cansados que estaban de caminar, de lo hambrientos que estaban. A continuación, una alumna de secundaria levantó la mano y describió el hedor de la jungla, la sensación de muerte que los rodeaba. Los estudiantes más jóvenes contaron historias de cómo se sentaban en los hombros de sus padres, aferrándose a sus frentes, mientras cruzaban un río embravecido.
Muchos dijeron que lograron atravesar la jungla en pocos días, luchando contra los peligros siempre presentes de los cárteles, los animales y el medio ambiente.
En una escuela con pocos recursos, todos notaron el aumento de la matrícula. El personal estaba sobrecargado, los estudiantes de la comunidad tuvieron que adaptarse abruptamente a compartir su espacio y la atención de los maestros, y los estudiantes recién llegados carecían de maestros y consejeros que hablaran su idioma.
Al menos 180 migrantes esperan en una localidad costera de Panamá la llegada de una embarcación que los lleve a la frontera con Colombia. Se trata, al parecer, de una nueva ruta oficial para acelerar el retorno de los migrantes a Sudamérica, que evita el Tapón del Darién. Créditos: EFE/ Bienvenido Velasco
La incomodidad general de los nuevos estudiantes por estar en un lugar extraño, sumado al estrés que habían experimentado en su viaje a los EE. UU., se manifestó de diversas maneras en el aula: golpes, acoso, llantos, gritos. Y las investigaciones muestran que cuando los maestros se sienten sobrecargados, es más probable que clasifiquen erróneamente las conductas impulsadas por el trauma como beligerancia, lo que puede resultar en castigos como detenciones o suspensiones. De hecho, durante la pandemia, sólo el 65% de los educadores dijeron que se sentían cómodos al abordar el trauma vinculado a esa experiencia, según una encuesta de la Federación Estadounidense de Maestros.
Hoover dice que al pensar en la salud mental de los estudiantes, los planificadores también deben pensar en la salud mental de los maestros y las familias.
“Especialmente en tiempos de incertidumbre, de mayor miedo o simplemente de cambio, es muy importante que cuidemos a los adultos para que ellos puedan cuidar mejor a los niños”, dice Hoover. “La salud mental de los estudiantes no se produce en el vacío. Las familias y los educadores con los que interactúan todos los días son, en realidad, los más importantes. Su desempeño es altamente predictivo de cómo les va a los jóvenes”.
En una clase de segundo grado, casi 30 estudiantes cada mañana se agolpaban en la alfombra central del salón, que anteriormente había tenido capacidad para sólo 12. La maestra dirigía la reunión de la mañana en inglés, y luego los estudiantes hispanohablantes comenzaban sus lecciones en un rincón del salón.
Familias recién llegadas a Chicago a un shelter de Chicago, en septiembre de 2024. Credit: Clavel Rangel
Si quedaba tiempo al final de la clase, los niños dibujaban. Un niño de 7 años, muy reflexivo y sensible, llamado Cris, siempre coloreaba el mismo dibujo: la lápida de su madre. Le contaba al grupo cómo había muerto ella tras una cesárea en Venezuela durante su nacimiento.
Desde entonces, Cris ha estado en constante movimiento con su padre y dos hermanas mayores. Pasaron algunos años en Perú y luego en Colombia antes de cruzar la frontera entre México y Estados Unidos hacia Texas.
“Llevamos unos siete años emigrando. En esos años, mis hijos han dejado de vivir como niños, la infancia que deberían haber tenido. No es que sean anormales, pero no son niños que juegan con muñecas o con un balón de fútbol”, dice Carlos, el padre.
Carlos todavía se está adaptando a ser viudo. La muerte de su esposa dividió su vida en un antes y un después. El agravamiento de la crisis económica en Venezuela, sumado a la depresión y la inestabilidad política, lo empujaron a emigrar.
En el momento de esta conversación, en mayo de 2024, Carlos viajaba varias horas al día para llevar a sus hijos a la escuela. Acababa de empezar a trabajar en una tienda de comestibles en el norte de la ciudad, lejos de la escuela, pero se sentía cómodo con el personal y no quería volver a interrumpir la educación de sus hijos. Los cuatro vivían en una habitación individual a unos 11 kilómetros de la escuela, una gran distancia en el tráfico de la ciudad.
Cris y sus hermanas no han vuelto a la escuela este año escolar. Cuando empezó el año, Carlos y sus hijos se habían mudado a Texas. “Aquí es más barato y hay más trabajo”, compartió en una nota de voz de WhatsApp en diciembre de 2024. Desde entonces, el número ha sido desconectado.
Mari y Fernanda* caminan hacia la escuela por la mañana en el West Side de Chicago. Crédito: Joel Angel Juárez
Sin embargo, muchos estudiantes inmigrantes se quedaron en Chicago. Y aquellos que llegaron a la escuela primaria Carl Von Linné, otra escuela pública del West Side, encontraron en el director de la escuela un defensor singular.
Una de las nuevas estudiantes es Fernanda*, una niña tranquila de 6 años. Llegó con su madre adoptiva, Mari, en un autobús desde Texas en agosto de 2023. Mari dice que si no hubiera sido por la escuela, sus vidas no serían tan buenas como lo son ahora.
Para Mari la transición ha sido compleja. “No fue nada fácil adaptarse. Llegas sin nada, no conoces a nadie en un albergue, donde tienes que dormir en el suelo. Dormimos en colchones en el suelo durante meses”, cuenta Mari. “Gracias a Dios la escuela de Fernanda fue un alivio”.
Un alivio, recuerda, porque Fernanda se sintió acogida, aunque al principio no quería ir al colegio todos los días.
“Se portaba mal porque no quería irse. Quería quedarse aquí todos los días o me decía que quería irse con su abuela, a su casa en Venezuela”, cuenta Mari. Fue duro escucharlo, recuerda. “Poco a poco, le dije. Todo es poco a poco”.
Mari, de 44 años, huyó de Venezuela en abril de 2023. Su madre había sido asesinada en 2008 y, cuando los asesinos cumplieron su condena en prisión, juraron venganza. Para Mari, esas amenazas fueron la gota que colmó el vaso.
En 2008, Venezuela estaba en pleno auge de la crisis económica y la violencia armada en el país. El hermano de Mari, que entonces tenía 17 años, le pidió una motocicleta para su cumpleaños.
Mari y sus tres hermanas juntaron suficiente dinero para sorprenderlo con una. Y así fue: el regalo fue el comienzo de la desgracia en la familia: unos meses después, unos delincuentes robaron la motocicleta, fueron arrestados por robo y, en venganza, juraron matar al hermano de Mari.
Una vez liberados, llegaron a la casa familiar buscando al hermano de Mari. Al no encontrarlo, asesinaron a su madre en su lugar.
Después de recoger a su hija de la escuela, Mari, una solicitante de asilo de Venezuela, limpia el apartamento que comparten en Chicago. Crédito: Joel Angel Juárez
Mari buscó justicia. Luchó en los juzgados y ante la policía, logrando que los asesinos fueran condenados a 15 años de cárcel. En ese periodo, su hermana y su cuñado, ambos aquejados de una enfermedad crónica, fallecieron. Dejaron a Mari con su hija Fernanda, huérfana con tan sólo 4 meses.
Fernanda se convirtió en el propósito de vida de Mari.
Mari consiguió la custodia legal y no lo pensó dos veces: huyó del país con Fernanda.
El viaje a través de Colombia, el Tapón del Darién, Panamá y México, entre otros países, no fue diferente a lo que miles de migrantes forzados han vivido en esa ruta. El grupo sufrió robos, pasó largos períodos sin comida y temió por su vida.
En el camino, Mari pidió perdón: “Dios mío, perdóname. Si dejaste que Fernanda escapara [de la enfermedad que se llevó a sus padres], ¿cómo es que yo estoy arriesgando su vida aquí?”.
El viaje agotó a Fernanda, que estaba cansada y hambrienta. Pero una promesa la mantuvo en marcha. Mari le había dicho que irían a ver la casa de Mickey Mouse en Disney World.
La familia entró a Estados Unidos después de 14 días de espera en México, utilizando la libertad condicional obtenida a través de la agencia de control de inmigración de la Patrulla Fronteriza y Aduanas, CBPOne. Luego, abordaron un autobús con destino a Chicago.
Hasta entonces, la aplicación CBPOne era la única forma de acceder legalmente a Estados Unidos por tierra. Se convirtió en una herramienta crucial para gestionar la migración en la frontera sur porque permitía a los agentes de inmigración entrevistar a los migrantes en los puertos de entrada de manera ordenada.
Una pegatina de la campaña de Trump adorna un cartel en el muro fronterizo entre Estados Unidos y México. Créditos: EFE/ Allison Dinner
Desde su lanzamiento en enero de 2023 hasta enero de 2025, cuando la administración Trump la cerró, más de 800.000 migrantes ingresaron legalmente a EE. UU. utilizando esta aplicación.
El personal saluda al director de la escuela primaria Carl Von Linne, Gabriel Parra, a la derecha, en Halloween en Chicago. Crédito: Joel Angel Juárez
Los fuertes vientos y el cielo nublado no pudieron con el espíritu de la escuela primaria Von Linné el pasado Halloween. A solo 20 minutos de que los padres comenzaran a hacer fila en los pasillos para el desfile anual, los estudiantes, vestidos como Spiderman, Taylor Swift, astronautas de la NASA y más, se movieron en sus asientos y contaron los minutos con sillas musicales.
En la oficina principal, el director Gabriel Parra, vestido con un suéter negro y pantalones de vestir, levantó dos grandes cajas de gomitas en sus brazos antes de hacer rondas por las aulas.
Este año, muchos de los estudiantes recién llegados están en su segundo año en las Escuelas Públicas de Chicago, donde están adquiriendo un mejor dominio del idioma y se están integrando a la cultura estadounidense. Aún conservan los recuerdos de sus viajes, pero los estudiantes de Von Linné, al menos, tienen a Parra para ayudarlos.
Cuatro décadas antes, Parra estaba viviendo su primer Halloween en Estados Unidos. Su madre había trabajado para una empresa estadounidense en Venezuela y, cuando la empresa le ofreció trasladarla, ella emigró a Chicago con Parra, que entonces tenía 12 años, y su hermana de 2 años. Parra se matriculó en sexto grado en la escuela primaria Nixon, en el barrio de Hermosa, en octubre de 1983.
“Nunca lo olvidaré”, dice ahora. “No hablaba inglés, sabía muy poco sobre la cultura estadounidense. No tenía idea de qué era Halloween y de repente veía a niños disfrazados. Me pregunté: ‘¿A dónde me trajiste, mamá?’”.
Gabriel Parra, director de la escuela primaria Carl Von Linné, observa a los estudiantes jugar en el patio de recreo después de la escuela. Crédito: Joel Angel Juárez
Unas semanas más tarde, Parra se vio envuelto y confundido por la celebración de otra festividad nueva para él: el Día de Acción de Gracias, o como lo pronunciaba su madre, San Giving.
Esos recuerdos de la asimilación se le quedaron grabados. Recuerda conversaciones con administradores escolares que querían que repitiera un año, pero él luchó por sí mismo. “Conocía el contenido, las matemáticas. Lo que sabía de matemáticas era mucho más de lo que sabían aquí”, dice. “Pero me faltaba el lenguaje”.
También carecía de conexiones sociales. En esa época, otros inmigrantes hispanohablantes provenían principalmente de México y Puerto Rico. Por lo general, contaban con comunidades integradas de familiares y amigos que habían hecho el mismo viaje antes.
Los estudiantes escriben sobre por qué les gusta ser bilingües. Las respuestas incluyen: Puedo comunicarme con muchas personas, puedo viajar a otros lugares y enseñar a la gente, puedo aprender mucho y contar en dos idiomas. Crédito: Joel Angel Juárez
“Siempre sentí esa sensación de soledad porque no tenía a nadie con quien compartir mi cultura. Recuerdo que muchas veces pensé que no pertenecía a ningún lugar”, dice Parra.
Parra no podía saberlo en ese momento, pero unas décadas más tarde estaría exactamente donde debía estar, cuando su propio viaje lo conectaría profundamente con cientos de familias venezolanas en situaciones similares. Y a medida que los solicitantes de asilo actuales se adaptan a la vida en los EE. UU., la construcción de una comunidad demuestra ser parte de la solución. Si bien muchas escuelas en este momento han carecido de una gran cantidad de recursos y orientación, Parra está construyendo ambos.
Las primeras llamadas llegaron del Distrito de Parques de Chicago y de las Escuelas Públicas de Chicago. Era mayo de 2023 y la ciudad estaba convirtiendo el pabellón deportivo de Brands Park en un refugio para familias migrantes. Docenas de niños tendrían que matricularse en la escuela primaria.
¿Qué impacto tendría su llegada en la escuela?, se preguntó Parra. ¿Qué recursos necesitaría la escuela?
Aunque la crisis era abrumadora, Parra no miró hacia otro lado. Cuando el refugio abrió, se acercó con un equipo de Linné para presentarse. Los administradores del refugio lo llevaron a un gimnasio abierto, lleno de familias y niños que corrían por los pasillos entre catres numerados.
“Me rompió el corazón ver eso”, dice Parra. “Esta es mi gente. No se trata solo de entender lo que está pasando en el país y por qué están aquí, sino de entender cómo es ser un inmigrante”.
Un cartel que dice ¡Bienvenidos! cuelga sobre el pasillo principal de la escuela primaria Carl Von Linné. Crédito: Joel Angel Juárez
Parra comenzó presentándose a las familias y explicando que él, y su equipo, había venido a inscribir a los niños en la escuela. Luego reveló que él también era un inmigrante de Caracas. Ante eso, cientos de personas se pusieron de pie y lo vitorearon. La reacción de la gente le dio escalofríos a Parra.
No comprendería el significado de ese momento hasta más tarde.
En un principio, Linné, una escuela que en aquel momento contaba con 640 alumnos, matriculó a 53 nuevos alumnos. En la actualidad, se han matriculado más de 100 alumnos recién llegados.
El primer día de clases de los estudiantes, en mayo de 2023, el personal de Linné fue al refugio y acompañó a los niños hasta la escuela. Los padres formaron fila a lo largo de la acera para animarlos. Casi dos años después, muchos de esos primeros estudiantes siguen en la escuela, aunque se han mudado al otro lado de la ciudad.
Durante el último año escolar, una familia encontró una casa en el South Side, lo que implicaba un viaje de dos horas a la escuela cada mañana. Rebecca Ford-Paz, PhD, psicóloga infantil del Lurie Children’s Hospital de Chicago, ha visto que esto sucede a menudo. Muchos estudiantes no regresan a sus escuelas iniciales después de cambiar de refugio o encontrar alojamiento en otras partes de la ciudad.
Una vez que las familias se trasladan de refugio o encuentran alojamiento, suelen mudarse a otra parte de la ciudad, “a veces a una escuela donde no hay hispanohablantes o a un barrio donde no hay hispanohablantes. Es una receta para el abandono escolar”.
En Linné, Parra habló con la madre que acababa de mudarse al lado sur y le explicó lo difícil que sería la caminata, especialmente durante el invierno.
“¿En serio?”, recuerda que ella le dijo. “Caminé desde Sudamérica, atravesando el Tapón del Darién, hasta Estados Unidos. Esto es pan comido”.
Incluso desde sus primeros pasos en Estados Unidos, Fernanda y Mari se aferraron a la idea de regresar a Venezuela, de que su tiempo aquí sería sólo temporal.
Al final, sin embargo, Mari decidió solicitar asilo permanente.
Mari, a la izquierda, una solicitante de asilo de Venezuela, recoge a su hija de la escuela primaria Carl Von Linné en Chicago. Crédito: Joel Angel Juárez
“Siempre he sido muy optimista. Siempre he pensado que pase lo que pase, la situación en Venezuela va a cambiar”, dice Mari. “Pero ahora he perdido la motivación y la esperanza de que [el sistema político] pueda cambiar. Sin que me quede nada por dentro, me gustaría estar en mi país, pero ahora no se puede”.
Mari agradece a Dios por haber llegado hasta aquí y por la educación de Fernanda. “Cada vez que extraño mi hogar, o me quejo porque quiero regresar, la veo [a Fernanda] y me siento en paz”, dice.
Una joven solicitante de asilo de Venezuela se cepilla los dientes antes de acostarse en su apartamento compartido en Chicago. Crédito: Joel Angel Juárez
Con el tiempo y en sus propios términos, muchos de los padres y estudiantes de Von Linné compartieron historias de sus experiencias. El equipo de aprendizaje socioemocional de la escuela desarrolló un cuestionario para recopilar datos más individualizados.
La información creó una imagen más clara de su trauma emocional. Los estudiantes compartieron historias de cómo tuvieron que saltar sobre cadáveres y de bandas criminales que buscaban robarles y explotarlos en el camino.
Parra recuerda la tarde en que una madre se sentó en su oficina llorando. Le contó sobre la mujer haitiana que había visto cruzando un río particularmente peligroso en la selva. La mujer había abrazado con fuerza a su bebé, pero una fuerte corriente le arrancó el niño de las manos. Unos kilómetros más adelante, la familia volvió a ver a la mujer, colgada de un árbol.
“Esto supone un trauma importante para las familias y los niños”, afirma Parra. “Tenemos que centrarnos en el aspecto socioemocional, pero ¿cómo lo hacemos? Sus estudios también están muy atrasados, no queremos perder tiempo en eso”.
Parra se reúne con otros directores de las Escuelas Públicas de Chicago, comparte los éxitos y las dificultades de Linné y cómo la escuela no solo se ha estado aclimatando sino que también ha ayudado a los estudiantes a prosperar.
Es una tarea difícil. En su trabajo, Ford-Paz ha observado que las escuelas no siempre están haciendo adaptaciones adecuadas para los estudiantes que necesitan más apoyo del que ofrece una clase convencional. A veces, dice, las escuelas no escuchan a las familias que comparten el diagnóstico de autismo de su hijo. Otras veces, no reciben el apoyo socioemocional adecuado «porque piensan que son recién llegados y que se adaptarán», dice Ford-Paz.
Rosa Bramble, fundadora y directora de la Venezuelan Alliance for Community Support, Inc., en su oficina, donde trabaja para apoyar a los inmigrantes en la ciudad de Nueva York. Crédito: Nathalie Sayago
Las familias venezolanas que se han aclimatado con mayor éxito a la vida en Estados Unidos tienden a tener un factor clave en común: el apoyo de otros venezolanos ya establecidos en Estados Unidos. Otras comunidades latinas con una larga historia de migración forzada a Estados Unidos han estado haciendo exactamente eso durante décadas.
La especialista en salud mental Rosa María Bramble-Caballero fundó la Venezuelan Alliance for Community Support, Inc. en 2021. La Alianza brinda servicios de apoyo que incluyen asesoramiento sobre traumas para personas y familias y también redacta evaluaciones psicosociales para apoyar casos de asilo y otras categorías de inmigración.
En 2010, la población venezolana todavía era pequeña en la ciudad de Nueva York: solo el 0,1% de la población total de la ciudad según el censo de ese año. El censo de 2020 informó que había 17.734 venezolanos en la ciudad de Nueva York , es decir, el 0,2%.
Luego, en 2022, los autobuses de la Operación Lone Star comenzaron a llegar sin previo aviso y sin coordinación desde Texas. La ciudad no sabía cómo responder ni durante cuánto tiempo seguirían llegando los autobuses.
Bramble-Caballero dice que era importante que la gente supiera que no estaban solos, especialmente los migrantes como los venezolanos que no tienen una comunidad de apoyo en Nueva York. “La idea era asegurarnos de que entendieran que estaban en una ciudad donde tenían derechos y tenían el derecho de ejercerlos”, dice Bramble-Caballero.
Al principio hubo mucha solidaridad, pero a medida que los autobuses seguían llegando, los recursos de la ciudad —y todos los que intentaban ayudar— se vieron desbordados.
Miembros de la Alianza Illinois-Venezuela se dirigen a los migrantes en un refugio de Chicago. Septiembre de 2024. Crédito: Clavel Rangel
Mientras tanto, en Chicago, la Illinois-Venezuelan Alliance estaba realizando talleres dentro de los refugios para prevenir la violencia, educar sobre la cultura de la ciudad y ayudar a los solicitantes de asilo recién llegados a comprender sus derechos y deberes en la ciudad. El grupo se centra en conectarse con las mujeres.
La crisis de la ciudad reconectó a Ana Gil, una maestra venezolana que vive en Chicago, con su propósito. “No hay nadie que pueda entender a una mujer venezolana mejor que una mujer venezolana”, dice Gil.
Desde una perspectiva de salud mental, los desafíos surgen cuando todos a tu alrededor sienten el mismo dolor que tú, porque ese dolor se convierte en la norma. “No lo ven como un problema. Simplemente lo ven como algo que forma parte de la vida, así es como es”, dice Ford-Paz.
La maestra venezolana Cilema Borjes, de la Illinois-Venezuelan Alliance, afuera de uno de los refugios de la iglesia donde ofrece talleres y grupos de apoyo para mujeres migrantes. Crédito: Clavel Rangel
En esas circunstancias, no es tan importante buscar ayuda en materia de salud mental. De hecho, muchos países no tienen los mismos conceptos de salud mental que los estadounidenses. “Algunas culturas no tienen una palabra para la depresión o el trastorno de estrés postraumático”, afirma Ford-Paz. “A menos que haya algún tipo de concienciación de que las cosas pueden mejorar y de que hay ayuda disponible, habrá una participación limitada en nuestros sistemas tradicionales de atención”.
Para muchos migrantes, los servicios de salud mental no estaban disponibles en Venezuela. La atención de salud mental no era algo que la gente buscara, especialmente aquellos en comunidades con pocos recursos. Recientes estudios de la Universidad Católica Andrés Bello han demostrado el estrés con el que viven los venezolanos, sus secuelas y la resiliencia de las comunidades.
Los estigmas de la salud mental también afectan el uso de estos medicamentos. “A menudo, las personas querrán probar todo lo demás antes de ir a ver a su médico. Por lo tanto, acudirán a su clérigo y recibirán una limpieza. O irán a la botánica o verán a un curandero ”, dice Ford-Paz. “Hay una serie de cosas que son culturalmente más congruentes y más familiares que van a agotar antes de considerar hablar con un profesional de la salud mental”.
Cuando sus hijos comenzaron la escuela en los EE. UU., la mayoría de los padres recién llegados no sabían que podían abogar por apoyo en materia de salud mental.
“Aquí no se conoce nuestro sistema de atención, ni siquiera se sabe que sea una opción, ni que haya trabajadores sociales en los edificios escolares”, dice Ford-Paz. “La gente no lo sabe. No sabe cómo pedir ayuda ni dónde pedirla”.
Ella y su equipo quieren hacer que la atención de salud mental sea más accesible en espacios donde ya existen migrantes.
Venezuelan teacher Cilema Borjes, from Illinois-Venezuelan Alliance, outside one of the churhc-based shelters where she offers workshops and support groups for migrant women. Credit: Clavel Rangel
Sin embargo, ahora esos mismos espacios (clínicas hospitalarias, escuelas, refugios e iglesias) también son puntos de temor. En los días inmediatamente posteriores a la investidura del presidente Donald Trump, sus promesas de localizar a los inmigrantes en Chicago se están cumpliendo al pie de la letra. Los desafíos para las organizaciones que intentan ayudar no han hecho más que crecer.
Hoover subraya que los programas que ayudan a los estudiantes y a las familias a adaptarse a nuevas comunidades deben perseverar. “Es muy importante no interrumpir abruptamente los servicios de salud mental y asegurarnos de que nuestros centros de salud sean accesibles y que las personas no tengan miedo de recibir apoyo”, afirma Hoover.
Porque cuando la gente tiene miedo de ir a la escuela o a sus citas médicas, todos corren el riesgo de sufrir.
En Von Linné, Parra piensa en su madre, quien lo llevó a Estados Unidos con la esperanza de una vida mejor.
“Estoy agradecido de que ella me haya inculcado esos valores y esa moral, de que me haya preparado para prosperar y poder alcanzar mis sueños”, afirma. “Nunca imaginé que estaría sentado aquí como director de esta escuela, pero sucedió”.
Él tiene la misma esperanza para sus hijos y para aquellos que han viajado tan lejos con sueños de educación y un futuro. “Si van a abrazar este maravilloso país que es Estados Unidos, lo que aprendan aquí, la base que recibieron aquí en la Escuela Linné los prepara para el éxito para que puedan ser buenos ciudadanos y abrazar el sueño americano, que es lo que estoy viviendo”.
Una niña solicitante de asilo hace tareas escolares en su casa, en Chicago. La imagen ha sido editada por seguridad. Crédito: Joel Angel Juárez
Para su próximo cumpleaños, Fernanda sueña con hacer un viaje a “la casa de Mickey Mouse”, el mismo sueño al que se aferró mientras cruzaba el Tapón del Darién. Mari también sueña con estudiar Derecho o Enfermería. En marzo, todavía estaba ahorrando para ambas cosas, o para lo que fuera que viniera después.
* Debido a las políticas de inmigración de la administración Trump y las recientes medidas represivas, se han cambiado los nombres de algunas familias por seguridad.
Este proyecto es el trabajo de los reporteros de El Tiempo Latino y Chicago Health Magazine, con el apoyo de Fund for Investigative Journalism, la Beca Lauren Brown de la International Women’s Media Foundation y la Beca de Periodismo de Investigación Chauncey Bailey de Investigative Reporters & Editors (IRE).
Una producción de
El Tiempo Latino & Chicago Health Magazine
INVESTIGACIÓN Y PRODUCCIÓN
Clavel Rangel, Katie Scarlett Brandt, and Tibisay Zea
TEXTO
Clavel Rangel y Katie Brandt
FOTOGRAFÍA
Nathalie Sayago y Joel Angel Juárez
ILUSTRACIÓN Y ANIMACIÓN
Gabriela Rodríguez Soledad
GRÁFICOS
Roberth Delgado y Gabriela Rodríguez Soledad
EDICIÓN
Tibisay Zea, Catherine Gianaro y Rafael Ulloa
FACT CHECKING
Shannon Sparks
DISEÑO Y DESARROLLO WEB
Roberth Delgado y Gabriela Rodríguez Soledad
REDES SOCIALES
Gabriela Rodríguez Soledad, Clavel Rangel y Katie Scarlett Brandt
FOTOS ADICIONALES
Katie Scarlett Brandt y Clavel Rangel
AGRADECIMIENTOS
Este proyecto fue posible gracias a la orientación investigativa de Peniley Ramírez de Futuro Media Group y Kate Howard de Reveal en el Center for Investigative Reporting.
Agradecemos profundamente a las familias que confiaron en nosotros para compartir sus historias, a los educadores que relataron sus experiencias a lo largo de esta contingencia y a los expertos en salud mental dedicados a ayudar a los niños a procesar e integrar sus vivencias.